Thursday, October 4, 2007

Vere Correr tu Sangre. Cuento. 2001

VERE CORRER TU SANGRE

Por Jeffrey M. Kihien Palza

Cuando al cabo Corvacho le avisaron que algo extraño estaba ocurriendo en la casa del joyero ubicada en la Calle Comercio, nunca imaginó que esta intervención iba a ser la última de su larga y respectable carrera policial, ni mucho menos que las escenas que iba a ver le producirían tamaña conmoción como para dejarlo mudo. De nada sirvió que su mujer le leyera la Biblia y que fuera a Sama a traerle un brujo poderoso para sacarle los demonios del miedo del cuerpo, ni mucho menos las misas de salud. Bloqueados en su memoria quedaron los recuerdos de Consuelito; la hermosa niñita a la cual vió jugar y crecer hasta convertirse en una bellísima mujer. No solamente el cabo Corvacho se dió cuenta que la madre de Consuelito quería casarla con un hombre rico, sino todo el pueblo lo sabía. Este no era un secreto pues la madre de Consuelito lo mencionaba entre sus amigas después de las misas del domingo. Por ello, cuando en el pueblo se estableció el distinguido, rico, maduro y educado caballero dedicado entre otros negocios al de la joyería, de nombre Eusebio Linares Cordova, la madre de Consuelito acrecentó su fe en Dios, en los Santos, en la Cruz y la bruja que la ayudó a ahuyentar de la casa a todos los pretendientes pueblerinos de Consuelito. Apenas transcurrieron siete meses desde el arribo de Eusebio Linares cuando el cabo Corvacho se enteró de la inminente boda. A la pomposa ceremonia religiosa asistió todo el pueblo, inclusive los peones de las haciendas que Eusebio Linares tenía en alquiler estuvieron invitados para ver a su severo pero justo patrón contraer matrimonio con una niña mujer con cara de angel y cuerpo de escultura griega. El Obispo, después de recibir una atractiva donación, oficio la ceremonia en la Catedral y la Pileta de la Plaza de Armas arrojó vino en lugar de la usual agua. La recepción se realizó en la Hacienda de Belen de Locumbilla y los festejos duraron una semana seguida; los ancianos comentaron que esta fiesta sólo podía ser superada por aquella casi mitologica boda de los años de la colonia en la cual el novio regaló anillos de oro y perlas a sus invitados. Para la luna de miel viajaron hacia San Francisco, California, en el próspero país de los Estado Unidos.
Estuvieron fuera de Moquegua por ocho meses disfrutando del confort del estilo de vida norteamericano; durante ese tiempo la fortuna de Eusebio creció, pues aprovechando su viaje, introdujo de contrabando joyas y opio a los Estados Unidos.Pero pareciera que el aumento de su fortuna acrecentó su vejez. Eusebio volvió más viejo, su apariencia ya no era la de un hombre maduro sino más bien la de un anciano bien vestido y de finos modales. Consuelito en cambio retornó más bella y con una enorme barriga de seis meses de embarazo, definitivamente muchas cosas habían cambiado en su vida. Se le notaba una mujer decidida a ser feliz con o sin hombre a su lado, inclusive su tono de voz era diferente. Las cosas eran distintas en su matrimonio.
Los celos. El demonio de los celos se introdujo en el cuerpo de Eusebio convirtiendo su vida en miserable y amarga. Cuando desembarcaron en San Francisco, Eusebio estaba asustado de la avidez de vientre de su joven esposa. La sentía masturbarse en la cama, en el baño, mirar con ojos de lujuria a todo hombre a toda mujer, para Eusebio que habia sido criado con una estricta formación y la estricta formación católica de Eusebio lo hacia abominar este tipo de conductas.
Cuando regresaron al Perú, al momento de desembarcar en Ilo le dijo a su esposa: “Si me entero que me eres infiel… veré corer tu sangre”. Lo dijo con todo el orgullo e ira que podia caber en sus entrañas. Sus ojos se enrojecieron. Ella ni se inmuto. Lo único que hizo fue mirarlo fijamente a los ojos y contestarle con toda la soltura del mundo: “No te creo capaz”. Es que durante la luna de mile sucedieron demasiados acontecimientos que la hicieron reflexionar sobre su vida y el papel que su madre jugo en ella. Su madre buscaba la Gloria imaginaria que pensaba le correspondía; era el falso ego; el orgullo que es capaz de destruir a cualquier persona. Consuelo en cambio, vio su vida miserable,
atada primero a su madre y luego a un hombre que desde el primer dia de matrimonio se convirtió en el dictador de su vida.
La noticia de su embarazo le dió lucidez, y la lucidez le dió fuerzas. Mayor fue su sorpresa cuando alumbró a dos mellizas preciosas. Consuelo sólo tenía ojos y fuerzas para ellas. El nacimiento de las mellizas acasionó que Eusebio se alejara más de su esposa, que se volviera un hombre amargado, solitario y taciturno. Pensaba que su mujer lo engañaba, que no le prestaba la atención que el se merecía. Ella en cambio intentaba llevar su vida de la manera mas armoniosa possible, dedicada principalmente a sus hijas y ocasionalmente a algunas actividades en la iglesia. Los domingos asistía a la misa de la manaña y luego caminaba porla Plaza de Armas con sus hijas, los jovenes del pueblo se quedaban prendados de su belleza, la observaban a la distancia pues nadie se atrevía a acercarse a ella conociendolos celos de su marido.
Eusebio entraba a la Plaza montado sobre un fino caballo de paso con monturas de estribos de plata. Se notaba su riqueza, era el hombre más prospero del pueblo y además estaba emparentado con las familias más antiguas y ricas del país. Nadie sospechaba el sufrimiento que llevaba por dentro.
Durante la celebración del Dia de San Isidro, Eusebio sintió los efectos del vino en su cuerpo. Sus amigos lo felicitaban por tener una esposa e hijas preciosas, eso lo afectaba muchísimo.En realidad no lo soportaba, imaginaba ver en los rostros de cada uno de ellos gestos de burla. Imaginaba que murmuraban sobre la infidelidad de su esposa, que lo llamaban “cornudo”. Se sentia herido, humillado; El, que descendía de los primeros conquistadores españoles…
Esa tarde,bajo los influjos del vino, la imaginó revolcándose en su cama, gimiendo de placer, diciendole a su amante que su esposo era un “viejo sucio y tacaño”. Sintió tanta ira que la presión sanguinea se le elevó ocasionandole un ligero mareo. Como a las tres de la tarde, cuando ya se encontraba restablecido, montó en su caballo y se dirigió a su casa. Ya lo había decidido. Cuando llegó Consuelo no se encontraba, eso lo encolerizó más . Ordenó a la criada que fuera a la hacienda y traiga una canasta de quesos frescos, luego camino hacia su habitación y abrió la puerta del ropero para observarse en el mismo espejo en que su tatarabuelo se observo antes de ser asesinado por Francisco Pizarro. “Soy descendiente de uno de los Trece del Gallo” le habló a su reflejo; “ahora sabrá ella quien soy yo y el verdadero significado de ser noble.” Abrió el cajón del ropero, cogió una navaja de afeitar y se sentó a esperarla.Transcurrió una hora y ella no regresaba, luego vino la segunda y la noche cubrió al dia. La oscuridad lo volvió más violento. Imaginó a Consuelo acostandose con los indios, con los negros, con sus amigos y hasta con la criada. “A mi nadie me hace eso, yo desciendo de los primeros conquistadores,” se repetía asimismo a cada momento. Terminó su botella de pisco y esta rodó vacia por el piso. Se levantó ebrio de la silla; todavía tenía la navaja en su mano, y se dirigió a la habitación de las niñas. Abrió la puerta y caminó como un gato hacia ellas que dormían juntas en la misma cama, le movió delicadamente la cabeza a una y deslizó la navaja por su cuello, luego realizó la misma fugaz operación con la otra. En ese instante, en menos de un segundo, Eusebio recordó toda su vida en imágenes que se anteponían y mezclaban una con otra sin perder su orden en el tiempo. Luego salió de la habitación se sentó en su silla y se cortó las venas. Su sangre se mezcló con la de las niñas formando un riachuelo que alcanzó el balcón que miraba a la calle. Gota a gota el espezo líquido formó un charco en la vereda atrayendo a los perros callejeros que se deleitaron con el sabor de la sangre humana.
Al cabo Corvacho le avisaron que algo raro estaba ocurriendo en la casa de don Eusebio Linares. Cuando llegó observó los hocicos rojos de los perros y la sangre cayendo del balcón. Inmediatamente forzó la puerta y subió por las escaleras, primero vió a don Eusebio desvanecido en su silla con los ojos abiertos, luego se dirigió al cuarto de las niñas, la escena lo hizo temblar, se quedó allí parado estático, horrorizado y mudo observando salir la sangre de los cuerpos pálidos de las niñas. Sintió la sangre en los dedos de sus pies, el espeso aroma a camal, vió también o creyó ver una finísima luz que se apagaba en el vientre de las niñas, y sintió también un sumbido en sus oídos. Al cabo Corvacho lo encontraron parado junto a la cama de las niñas, observandolas con un rostro de pena y dolor que fue motivo de inspiración de un cuadro de Cristo en la cruz.
Por esas extrañas circunstancias de la vida Eusebio Linares no murió. El exceso de alcohol en su cuerpo ayudó a que su sangre se coagulara salvandolo de morir desangrado. Estuvo con vigilancia policial mientras se recuperaba en el hospital. Los médicos que lo atendían evitaban hablarle, evitaban mirarlo. Sin embargo, su recuperación fue rápida, en un mes estuvo totalmente restablecido. Del hospital lo trasladaron al calabozo de la policía. Un dia apareció su madre e inició el extraño ritual de borrar las huellas de su hijo en la ciudad. Su aspecto era el de una mujer dura, con el rostro curtido no por el trabajo, sino más bien por los prejuicios de la religión y la sociedad. Llegó con su abogado y una semana tuvo todos los asuntos financieros en orden. El pueblo se asustó al ver a esa anciana mujer decidida a enfrentarse al mundo y salir airosa. La primera vez que Eusebio y su madre se entrevistaron en la celda no hubo una comunicación fluída, ni siquiera una muestra de sentimientos, parecía que la anciana no se había conmovido co los últimos acontecimientos. En la celda le increpó el hecho de no haberse afeitado para recibirla. Sacó los documentos y una pluma y se los pasó a Eusebio, este sin mirarlos los firmó. La anciana se puso de pie y se marchó. A la semana siguiente regresó a la celda con dos canastas de comida, dejó una para los policías y se dirigió a la celda con la otra. Eusebio pulcramente afeitado la recibió de pie. ¿Cómo esta usted madre? Preguntó Eusebio en un tono sumiso y servil. Estoy bien, le contestó ella, agriamente. ¿Qué sucederá conmigo? Preguntó Eusebio ansioso. ¿Cómo que qué pasará contigo?- Le replicó la anciana- Usted sabe lo que tiene que hacer y no me pregunte nada más que yo me marcho de este pueblo hoy dia. La anciana se puso de pie y se fue, y nadie la volvió a ver jamás.
Eusebio se quedó callado. Siempre creyó en el destino y sabía que un hombre de honor nunca intentaba escapar de el. Abrió la canasta, esta contenía cuatro panes de Torata colocados uno encima del otro. Instintivamente tomó el tercero e inmediatamente se le fue el apetito. Pensó que una siesta le aclararía la mente, buscó entre sus cosas el pijama se seda con el encaje de Dragón en la espalda, se lo puso y se durmió. Cuando despertó era de noche y la celda estaba oscura por lo que tuvo que encender una vela; tenía vagos recuerdos de un sueño en el cual vió toros y perros azules. Este es mi destino, dijo en voz alta y el eco de la celda le respondió. Cogió el pan, lo abrió y encontró el bisturí. Lo tomó con la mano derecha y se infringió profundos cortes en cada uno de los tobillos, luego en la muñeca izquierda el bisturí toco el hueso y se deslizó hasta el antebrazo, finalmente el frío metal abrió la yugular. Eusebio quedó tendido en la cama en posición fetal sintiendo como su vida de evaporaba en el aire, intentó rezar el Padre Nuestro pero la vida no le alcanzó.

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