Monday, April 20, 2009

SALOMON EL ANARQUISTA

SALOMON EL ANARQUISTA

Jeffrey M. Kihien-Palza
Abril 20, 2009

“Jeffrey he decidido cambiar mi nombre,” dijo Salomón con una entusiasta sonrisa dibujada en su rostro y, reflejando el descubrimiento que liberó su espíritu y posiblemente justificó su existencia terrenal. Recuerdo que estábamos sentados en la esquina de la plaza de armas, era de mañana y las frondosas ramas del ficus protegían nuestros rostros del cortante sol de Moquegua. Creo que era el año de 1992. Las fechas no son importantes cuando hemos alcanzado el estado etéreo. Me alcanzó su Libreta Electoral, un vetusto pedazo de cartón que se doblaba en tres y que a todos los peruanos el gobierno nos obliga a comprar bajo amenaza de no reconocer nuestra existencia en esta vida. Y efectivamente su nombre estaba borrado, y sobre la línea escrito con lapicero azul y con caligrafía temblorosa, el nuevo nombre de Salomón. El nombre que el mismo, conciente de su vida y destino decidió tomar en la adultez. Esta decisión es el acto más revolucionario que en mis treintinueve años de vida he experimentado, no conozco ha nadie, además de Salomón que unilateralmente haya decidido cambiar su nombre. Fue un acto de libertad.
Es que en realidad no somos tan libres como el himno peruano pregona, y Salomón, el anarquista lo sabia, el ciudadano/a de la republica del Perú esta extremadamente controlado por un gobierno que lo extorsiona y le quita el dinero fruto del trabajo honesto. Cada vez que compramos un producto, alrededor del 25% del precio pagado termina en los bolsillos del gobierno, osea si pagamos cien soles, veinticinco se va a Lima. El gobierno además decide que productos tienes que comer, que productos puedes comprar. Dentro de poco no podremos comprar autos usados importados del extranjero simplemente porque el gobierno no quiere. Y para justificar esto ultimo nos dicen que los autos usados contaminan, en realidad todos los autos contaminan, y si es legal que mi vecino me venda su carro usado de 1990, porque no tengo la libertad de comprar un auto usado del 2001 de mi primo Pepe que vive en Japón que me lo esta vendiendo a precio de ganga. El gobierno también decide la historia, y la recrea a su antojo, y obliga a estudiarla y memorizarla en los colegios. El gobierno decide también si la mina de Quellaveco se explota o no, y no le importa que las ciudades de Moquegua e Ilo, situadas en el desierto mas seco del mundo vayan a desaparecer por falta de agua en veinte años. Es que las arcas del gobierno en Lima se llenaran con los impuestos de Quellavevo, y el ciudadano moqueguano/a común y corriente nunca se enterará donde fue a parar esa plata. Todos los impuestos que pagamos se van a Lima, y allí se pierden en los presupuestos que en Lima deciden. ¿Y para que?, si los impuestos mantienen el sistema administrativo del estado peruano el cual, sin excepciones es extremadamente corrupto, lento y opresivo, no tiene sentido en lo absoluto pagar por mal servicio. No podemos iniciar ninguna actividad económica sin antes solicitar autorización y pagar por licencias y coimas, y para colmo de males hay que compartir con el estado el dinero que ganamos con nuestro trabajo honrado. Los impuestos empobrecen al ciudadano/a y a la comunidad porque el dinero sale de la economía local y se envía a Lima, de donde no retorna.
Salomón, con el acto de cambiarse de nombre inició una resistencia pasiva y pacifica contra el gobierno, el acto sublime de anarquismo, porque el control del gobierno sobre el individuo empieza cuando nacemos, con el nombre obligatorio. Salomón, rostro afable, caminante insaciable con el cigarrito en la mano es un personaje del casco antiguo de Moquegua, que llego a mimetizarse con la ciudad, y cuya presencia ya se extraña. Un héroe de leyenda urbana para recordar.